Contemplación
01-01-2017

Publicado por: Ángel Rupérez


Soy un contemplador nato, y en eso sigo a mi madre, que también lo era. La recuerdo desde pequeño mirando por la ventana de la casa del pueblo y aún de la de Burgos. ¿Qué miraría? Nunca se lo pregunté: “¿Qué miras, Rosa?” (así me dirigía a ella, por su nombre de pila, aunque a veces también usara “mamá”, e incluso el más castellano viejo “madre”, pero este siempre con ironía). ¿Qué hubiera podido responder? “Miro el horizonte, los pinos, las nubes, la gente que pasa, los coches que circulan, las casas de enfrente, el cerro donde se levanta el castillo y por donde llegan los presagios del tiempo...” Probablemente miraría todas esas cosas mezcladas, alternativamente unas y otras y llegaría un momento en que ya no miraría nada, y se perdiera en ese nadir que significa ausencia de todo y presencia a la vez de ¿el alma sin peso? Es el nirvana de los contempladores budistas. Se para el pensamiento, la realidad externa cede, se abre algo así como una realidad interna quieta y mansa e impera la tranquilidad del espíritu. ¿Era eso lo que le pasaba a mi madre? No lo puedo saber, y ya no está aquí la pobre para preguntárselo. Falleció hace años, en unas Navidades nevadas, de las que guardo memoria. Sin embargo, yo sí sé que las cosas son más o menos así, como las que acabo de describir. Detengo la vista en algo que sucede afuera, cualquier cosa, y, a base de abandonarme, llega un momento en que no queda apenas nada de la realidad y en su lugar se abre una especie de espacio interior que es lo más parecido a la calma que conozco. Yo no le llamaría a eso una nada pero sí tal vez una calma absoluta, una cesación de todo proceso mental perturbador e incluso meramente señalador de realidades cósicas o fácticas, las maravillas que nos acompañan día a día y gracias a las cuales doy diariamente gracias a la existencia que me toca vivir. Dicho eso ¿debo dar las gracias a mi madre por haberme legado ese apego a las ventanas desde las que mirar el mundo? Creo que sí, es un acto de gratitud básico y elemental que no sé si le llegará pero que, por si acaso, ya que estamos en medio de las nuevas ondas milagrosas, lo lanzo en la dirección en la que pueda estar, es decir, en la dirección de la ventana desde la que miraba y que pervive a fuego en mi memoria.


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