Publicado por: Ángel Rupérez


No copio al gran Chéjov sino que me limito a dejar constancia de lo que ven mis ojos con mucha frecuencia desde el mirador de mi casa, un piso cuarto de la calle Viriato de Madrid. Justo enfrente de la mía vive un señor de unos cuarenta y tantos, ya casi calvo, de tez rojiza y ademanes sueltos cuando camina, ligeramente impulsivo, quizás con un toque de desarmonía en su zancada, quizás con una costumbre de ser así que nunca ha corregido (ni tiene por qué hacerlo). Me hace gracia verle caminar así, y es curioso que le vea con tanta frecuencia, porque lo más normal en Madrid es que no veas en meses y hasta años al vecino que vive justo en el mismo descansillo y justo enfrente. Pero lo que más me atrae de este señor ufano es que, con todo lo grande que es - unos 1.80, como yo -, suele acompañarse de un perrito lanudo que es ínfimo a su lado. Le saca regularmente a sus horas, en invierno y en verano, haga frío o calor, nieve o caigan chuzos de punta. Me asombra su fidelidad y me pregunto siempre a qué se deberá esa necesidad que yo no conozco, aunque me intrigue y puede que hasta me produzca envidia. Es sin duda una clase de amor y quizás sea sobre todo una compañía. Es probable que este hombre viva solo y de hecho nunca le he visto acompañado por nadie, quizás en alguna ocasión por algún adolescente, lo que me hace pensar que puede que sea un hombre separado y que necesita a su perrito para sentir la compañía que le falta desde que vive solo. Pura especulación pero lo cierto es que me intriga y me seduce, como todas las cercanías humanas a las que tengo acceso por el mero hecho de ser un obsrevador nato, como lo era mi madre que pasaba muchas horas mirando por la ventana de la cocina de nuestra casa, en aquellos tiempos. ¿Qué vería desde ella? ¿En quién se fijaría? He heradado esa pasión por los otros, lo que cuajó en mi primera novela, Vidas ajenas, que luego copió otro pero poniéndole el artículo "las", y luego también copió una película, que se llamó aquí así, aunque en USA no se llamaba en absoluto "vidas ajenas". Ese hombre del perrito es una vida ajena por la que siento curiosidad y hasta afecto, como lo siento por su perrito. Ralph Waldo Emerson lo explicó de una manera genial en unos de sus ensayos: los demás cercanos pero ajenos constituyen nuestro mundo de referencias afectivas, aunque ellos no lo sepan. Ese vecino de enfrente no lo sabe, ni lo sabrá nunca, y su perrito tampoco, pero eso es lo de menos: lo importante es que son parte de mi paisaje diario y por eso forman parte de mi vida afectiva y por eso escribo aquí sobre ellos.  


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