El tiempo recuperado28-02-2017
Veo a un antiguo amigo en una
foto de periódico. Mi reacción al verle es de una simpatía total, con muchas
ganas de reencontrarme con él y conversar con él…La memoria saca a relucir
inmediatamente imágenes del pasado, todas ellas agradables, todas ellas
exponentes de una auténtica amistad. Esa misma memoria no escarba en absoluto
en acontecimientos que hubieran podido ser decepcionantes, en su día motivos de
disgusto. Al verle en el periódico esta mañana – o ayer, o anteayer -, nada de
eso me vino a la memoria. Lo que me vino inmediatamente fue una gran simpatía
que, sin duda, rescataba lo mejor de él y lo mejor de mí. Fueron felices y prometedores
tiempos de amistad, en la que yo creía
profundamente entonces.
La tentación que se me ocurre es llamarle, a lo mejor tiene el mismo
teléfono de entonces, que conservo en la agenda. O a lo mejor puedo acudir a su
cargo de ahora, no será difícil localizarle. Puede que se ponga, ¿quién sabe?
La última vez que le vi fue en una comida familiar que surgió porque nuestros
hijos mayores se habían hecho amigos, ¡oh casualidad! La comida fue muy
agradable, extremadamente agradable. No sé por qué no seguimos viéndonos. Sí
que sé que hablamos de Patrick Modiano, pasión de ambos. Creo que luego tiré de esa conversación y
escribí un relato que ha aparecido en mi libro Las lágrimas necesarias. El relato se titula Sensación de vacío…que hace alusión a una maravillosa frase de
Modiano, una de las muchas suyas inolvidables que reza así:
“Tuve una sensación de vacío que
me era familiar desde la infancia, desde que había comprendido que las personas
y las cosas nos abandonan o desaparecen un día”.
Inmediatamente después de ese
inusitado ataque de afecto y de nostalgia, enmarañados inextricablemente los
dos, formando parte los dos del mismo proceso mental, un asedio experimentado
como un divino regalo de la casualidad, me veo pensando que soy un chiflado y
que siempre me atrapan con sus poderosas garras las corrientes que proceden de
esos pasados mágicos. Un chiflado total, me digo a mí mismo. No tiene el menor
sentido. ¡Tantos años después! Se me viene esta imagen real a la cabeza, con la
que no contaba, que no sé dónde hibernaba: mi amigo vocea desde la calle, llama
al otro amigo que está conmigo en mi casa, ¡Vámonos, X.!, ¡Vámonos! Yo me
asomo, le calmo, le digo que ya baja, y me cuesta creer la escena, parece una escena de pueblo, o de lejana
ciudad de provincias – mi Burgos natal, por ejemplo – pero ocurre en el centro
de Madrid, en el barrio de Chamberí concretamente, donde vivía entonces y donde
sigo viviendo ahora. ¿Acaso mi antiguo amigo sentía celos de que su gran amigo X
hubiera redescubierto una amistad conmigo después de años de no vernos en
absoluto? Pudiera ser, ahora que lo pienso, pero eso no influye en la sensación
de vértigo que me invade al verme preso de una nostalgia que es pura ilusión,
puro sueño…
A pesar del impulso inicial, completamente
irracional, motivado por una foto que reaviva remolinos que yo creía enterrados
en lejanos cementerios de la memoria, no creo que llame a mi antiguo amigo
porque, de hacerlo, ¿de qué hablaríamos? ¿Cómo llenaríamos todos estos años sin
vernos? ¿Cómo resumir la vida en esas condiciones? Sería una locura, es una
locura. ¿Por qué nos distanciamos hasta ese punto? ¿Qué ocurrió para que
sucediera tal lejanía que lo ignora todo de la vida del otro? El impulso
perdura porque cree que las cosas se pueden recuperar gracias a un milagro que
se llama el tiempo recuperado, a lo Proust.
El impulso es exactamente recrear el tiempo pasado para reanudar desde
él una vida distinta que conservara lo mejor de los dos y así enriqueciera la
vida de ambos. Un sueño total, una locura absoluta, una completa irrealidad.
Por tanto, puesto que la racionalidad se impone, no le llamaré, en
absoluto lo haré. El impulso quedará sofocado como una hoguera apagada de la
que solo quedan cenizas humeantes. Sin
embargo, si me hago una pregunta, in extremis, quizás para construir un puente
ilusorio en el que hubiera una cierta reciprocidad que dejara la soledad
momentáneamente aparcada: ¿habrá pensado él alguna vez en mí? ¿Habrá tenido
parecida tentación de volver a hablar
conmigo, aunque solo fuera para renovar nuestra pasión por Patrick
Modiano?