A Wonderful Life01-02-2016
Hacía nada había
vuelto a oír dos canciones sensacionales de los tardíos 80, una década mágica
para la música pop y rock: A Wonderful
Life y Sweetest Smile, la dos
cantadas por Colin Vearncombe, natural
de Liverpool, la voz cantante del grupo Black. La música tiene un poderío
impresionante para resucitar atmósferas, climas interiores, paisajes medio olvidados,
impresiones desperdigadas en el tiempo, vagas pero poderosas, ambientes
encabalgados y encadenados, imprecisos pero percutientes…La melodía y los arreglos
de esas canciones, junto con la voz profunda, aterciopelada y con tintes
dramáticos de Colin Vearncombe, vuelven a
resucitar una sensación como de súplica amor y compañía en medio de la
soledad. A pesar de todo, y a pesar de
ese tono suplicante, endulzado por un
timbre de voz aterciopelado, vigoroso pero no desgarrado, la vida seguiría
siendo maravillosa, exactamente como proclamaba Nietzsche, experto en doloridas aventuras vitales y en
exaltadas bendiciones a la existencia.
Pues bien, al abrir anteayer a última
hora The Guardian, leí la noticia del
fallecimiento del cantante de Blackcomo consecuencia de un gravísimo accidente de tráfico de cuyas heridas en la
cabeza no había podido recuperarse. Inmediatamente recordé esas dos canciones
antes citadas y las pinché en los vídeos que el periódico tenía colgados. En
uno de ellos Vearncombe cantaba cuando apenas tendría 23 años y en
el otro cantaba ya pasada la cincuentena.
El tiempo desfigura el rostro, excava en él arrugas, despuebla la
cabellera e instala en la mirada cansadas melancolías, quizás profundas
decepciones pero, en cambio, es incapaz
de atentar contra la voz, que sobrevive perfectamente a sus hostiles maniobras,
y no digamos contra la hipnótica melodía, que aguanta la embestida gracias a la autenticidad que la acompañó
desde el comienzo. Cierto, esta gran
canción ha llegado a ser una carga para Vearncombe porque, en cierto modo, ha
eclipsado el resto de su música, y de la manera más injusta además. Este hombre
ha escrito grandes canciones, además de aquella, y les ha dotado de una voz personal
y honda, que siempre resuena cálidamente, a pesar de su sostenido dramatismo.
Sigo pensando que la música pop(ular) consiste
fundamentalmente en las canciones gloriosas y redondas que se quedan grabadas a fuego en la memoria
y que nunca desaparecen de ella. Al volverlas a oír se dispara un mecanismo
asociativo lleno de riqueza, difícil de desentrañar, con multitud de capas y sedimentos, como
propietario de una geología milenaria, donde el tiempo ha dejado mensajes
indescifrables no por inconcretos menos activos como
enriquecimiento y asombro ante la capacidad generadora del espíritu o, si
devengo en un vulgar materialista neurocientífico, del cerebro o, un poco más
fino, de la mente.
Al volver a oír A Wonderfull Life se ha disparado ese torbellino cadencioso de
impresiones, sensaciones, emociones, imágenes, escenarios, muchos de ellos
vinculados a la fecha de difusión de la canción, 1987, como si la música fuera una
excavadora capaz de sacar a flote enterrados climas espirituales que, al
reaparecer, se entremezclan con la actualidad creando ese magma que vaga como un aerolito en direcciones
desconocidas, sin un centro de gravedad
preciso, a la deriva de un oleaje que es exactamente el oleaje del espíritu. La
desaparición de Colin Vearncombe no impide que su música sobreviva. Cada vez
que vuelva a oír esa canción fabulosa – y la también citada Sweetest Smile y algunas otras más,
incluidas las de su último (gran) disco – seré transportado a un mundo creado
por la propia música y en él residiré agradecido, por más que me obligue a
navegar por territorios donde la soledad
tiene más privilegios de los debidos.
A
fin de cuentas, Vearncombe era un músico solitario, de la rara especie de los
outsiders, los que se mueven en los márgenes y repelen las mentiras
escandalosas de la industria musical. Es posible que la resonancia inicial de
sus más inolvidables canciones, no corroborada después por sus siguientes
discos, le arrojara a ese territorio pronosticado: la búsqueda de otra clase de
verdad que no fuera la estrictamente impulsada por la religión del éxito. Se
retiró a vivir a un páramo de Irlanda, empezó a escribir poesía y seguía haciendo una música dramática, intensa y verdadera. Su último
disco, Blind Faith, editado por el
sistema del crowdfunding, superó con
creces las necesidades monetarias necesarias para grabarlo y editarlo, hasta
tal punto Vearncombre tenía seguidores que creían en su música. De hecho, recibió las mejores críticas en los medios
especializados ingleses y no cabe duda de que es un excelente testamento
involuntario, una irreprochable prueba de integridad y amor a la música, muy
por encima del circo fastuoso de los éxitos del mainstream, tantas y tantas veces banales, superficiales, de usar
y tirar a la papelera del olvido. Por el contrario, la mejor música de Colin
Vearncombe no será olvidada. Lo mejor permanece, y ese ese su máximo premio.
Por tanto, gracias, Colin Vearncombe y
hasta la eternidad hacia la que todos nos encaminamos y donde sin ninguna duda
tu música también encontrará su acomodo.