“ Poetry takes its origin from emotion recollected in tranquility ” (W.Wordsworth)
En otro corazón
La mirada se concentra en las cosas y la memoria acude a incrementar emoción, haciendo del tiempo un tejido membranoso que todo lo envuelve, provocando palpitaciones íntimas llenas de misterio. Las secuencias vitales transcurren como cuadros breves que quieren hablar de una delicadeza consciente de sus límites. Habla el corazón. Es todo.
Las hojas secas
Los cuadros de la existencia se tiñen de melancolía porque el tiempo pasa y es visto por el contemplador con una cierta enfermedad incurable. Los viajes despuntan como herramientas para acceder a lo desconocido revelador. Sigue el misterio, sigue la vida enigma, sigue el acecho a su entraña para contagiarse de sus delicadas vibraciones. A punto de quebrarse, el ser se resiste a su derrota absoluta. Algo más que hojas secas, pero algo menos que incendio arrollador.
Conversación en Junio
La memoria enciende escenarios de infancia con una luz teñida de exaltación o de melancolía. La pintura desencadena emociones misteriosas que revelan existencia colmada y pletórica, puro ancla para la vida. Los escritores fulgen con fabuloso halo (San Juan de la Cruz, Luis Cernuda). Las ciudades – París, Madrid, Burgos, Alcalá de Henares – invitan a investigar en sus entrañas invisibles. Anhelo de permanencia. Consciencia de los límites. Entusiasmo, apagamiento, vida. Habla el corazón. Es todo.
Lo que han visto mis ojos
El deslumbramiento convierte a la vista en emisaria y descubridora de excelsitud. Los ojos descubren ese encendimiento existencial y lo conservan para otorgar a la vida un crédito increíble. Todo aparece teñido de esa grandeza que la luz regala a la mirada y a su instrumento, los ojos agradecidos, quemados, incendiados, incandescentes, sobrevivientes, alegres. Lo que estos han visto es lo que este libro almacena, con su sencillez inequívoca, sin ninguna clase de engolamiento visionario. Los ojos ven y certifican plenitud. Es todo.
Una razón para vivir
Cuadros breves y largas meditaciones, emoción y misterio, temporalidad y fugacidad, incendio y apagamiento, entusiasmo y decaimiento pero, ante todo, una razón para vivir. Nada justifica que renunciemos a nuestra responsabilidad de dar cuenta de lo que vivimos y cómo los vivimos. La poesía es eso, para la pura intimidad ante todo. Un intento de explicar esa compleja encrucijada en que el tiempo y las revelaciones de lo humano y las cosas conforman un cuadro de completo misterio. Una razón para vivir es algo más que un lema o un título: es un convencimiento profundo de las responsabilidades adquiridas con la existencia entendida esencialmente como un don. Escribir es hacer frente a esa responsabilidad; por tanto, la poesía que pueda resultar de este libro es una razón para vivir.
Río eterno
La eternidad es una legítima aspiración que emerge después de múltiples experiencias que anuncian límites estrictos, vigilados de cerca por la muerte omnipresente. La memoria vuelve a escarbar en la infancia por si acaso allí, como quería Wordsworth, despuntaran consoladores indicios de eternidad. Se trata de luchar contra el tiempo como lenta pero inexorable privación. Hacía años que Claudio Rodríguez había muerto pero este libro le libra de la muerte a través del símbolo de río que permanece. Así termina el libro, con ese rescate que nos incluye a todos. ¿Y si realmente fuera verdad que nuestro anhelo resiste a la devastación y la pura duración se consolidara como máxima conquista?
Sorprendido por la alegría
La alegría es un gran hallazgo que se experimenta como una sorpresa. Llega un buen día casi sin anunciarse, llama a la puerta inopinadamente, se la abrimos asombrados y nos ofrece ese semblante iluminador que alcanza a múltiples experiencias jubilosas, vividas íntimamente como llamas perdurables, como luces persistentes, como visitas incendiadas a los cielos de Madrid en forma de flotas de vencejos que se resisten a desaparecer y que son auténticas promesas fulgurantes. La alegría también vuelve a ser la infancia como auténtico cimiento resistente: aquella luz de sangre crepuscular era el hogar acogedor donde se asaban las castañas en otoño. ¿Lo sabías? En cuanto a Rembrandt, el pintor protagonista de uno de los poemas del libro, el más largo de todos: ¿no es la absoluta alegría del arte como puro don que nunca jamás hemos solicitado y que eleva nuestra existencia hacia esas cotas de suprema bienaventuranza?
Morir en Hiroshima
Un viaje hacia el dolor y el amor, eso es lo que es este libro. El viajero constata una especie de dolor inconmensurable pero, a la vez, siente que el amor le redime a él y redime a las víctimas. Pero quizás el giro más sorprendente del libro tiene lugar cuando el viajero siente que es el amor de las víctimas hacia él el que le salva de la desolación absoluta. No nos debe extrañar porque la poesía asume riesgos insospechados, y además lo hace desde una cierta inconsciencia, inseparable del proceso creativo en sí. Las víctimas alzan la conciencia, hacen suyo el amor del viajero y se lo devuelven con creces, para que pueda seguir viviendo. ¿Quién hubiera dicho que la desolación absoluta disponía de un lenguaje amoroso propicio para curar todas las heridas? Este libro también es una oración y quizás orar sea esencialmente un acto de amor, y quizás por eso este libro quizás sea esencialmente un acto de amor.