Alain, un filósofo francés11-12-2016
Leo con frecuencia al filósofo francés Alain, pseudónimo de
su verdadero nombre, Émile Chartier. Toda su vida fue profesor de lycée, en el
centro de París. No quiso ser otra cosa, aunque hubiera podido dar clases en la
Sorbona si se lo hubiera propuesto. Huía de los rangos y los honores como de la
peste, y desconfiaba del poder, fuera cual fuera su encarnación, incluido el
poder académico. Los alumnos le adoraban, como atestiguaron muchos de ellos,
entre ellos André Maurois, que hace una semblanza de él inolvidable. Simone
Weil también fue su discípula y arrastró toda su vida la influencia que dejó en
ella el maestro.
Me encantan las
ideas de Alain, en numerosas ocasiones centradas en dibujar una ética que ayude
a los hombres a ser más bondadosos y más felices. Se diría que en Alain bondad
y felicidad van unidas, como lo iban en su maestro Spinoza, al que Alain debe
ese impulso de búsqueda incesante de la alegría y del bien. “Hacer el bien y
estar contento”, decía Spinoza resumiendo su visión ética de la existencia
humana. Y ese es el propósito de Alain,
visible en un libro suyo inolvidable: “Sobre la felicidad”, que aquí publicó
Alianza en 1966, y que no sé si habrá reeditado. Miles de observaciones agudas
condensa esta antología de esos artículos breves que Alain llamó “propos”, en
los que consiste buena parte de su obra.
Y es que Alain es
un filósofo radicalmente antiacadémico, que huía de la fraseología profesional
y de los tratados plúmbeos e inaccesibles, que tanto daño han hecho a la
filosofía, refugiada por ello en sus criptas y catacumbas, donde se enmohece
sin remedio. Por el contrario, a Alain le gustaba el aire libre de su expresión
sencilla, en esos propos llenos de sabiduría, donde es imposible encontrar
tecnicismos horripilantes y hermetismos
impenetrables, donde se pretende dar gato por liebre: la liebre parece ser la
hondura pero el gato es realmente la nadería.
La sencillez de
Alain puede levantar sospechas entre los del gremio acostumbrado a la
impenetrabilidad y a la jerga, pero eso nos da igual a sus lectores, que amamos
la filosofía pero no a sus tecnócratas. Alain es siempre claro y siempre dice
cosas que importan para comprender la vida y vivirla de la mejor manera
posible. Como profesor que era, tenía un conocimiento profundo de la historia
de la filosofía y siempre es esclarecedor cuando habla de sus maestros: Platón,
Descartes, Spinoza, Kant, Hegel…Sin embargo, jamás perdía el tiempo en la
tentación de subirse a la chepa de los genios disputándoles lenguajes que no
eran suyos. Una especie de modestia define sus acercamientos, pero, una vez
más, eso no significa haber bajado la guardia sino otra cosa importante: el
conocimiento necesita de la claridad, como pedía el propio Platón, inmensamente
claro e inmensamente profundo.
Me hubiera
encantado haber sido alumno suyo, y haberme empapado de su pasión enseñante.
Para los que hemos sido profesores, su arrebatada intensidad en ese terreno es
fuente de emoción ilimitada. Escribió un librito sobre docencia que es una delicia
y de una actualidad absoluta. Dar voz a los alumnos, establecer un contacto
vivo con ellos, crear la enseñanza desde esa interacción, tirar por tierra la
autoridad impuesta desde fuera, no creada por los lazos que el afecto construye
como indestructible argamasa de donde el conocimiento natural mana…
Maestro absoluto,
bondadoso Alain, sabio entre los sabios, insobornable, independiente, libre. Leo
en su maravilloso “Sobre la felicidad”: “Ser bueno con los demás y con uno
mismo. Ayudarlos a vivir y ayudarse a
vivir a sí mismo; he ahí la verdadera caridad. La bondad es alegría. El amor es
alegría”.
Y leo en la
semblanza que sobre él escribió André Maurois, su alumno: “Con Alain, el mundo
real entraba en el aula. Buscaba la verdad ante nosotros, con nosotros…Un
hombre de genio pensaba en alta voz. Era improvisado, nuevo, excitante y
misterioso”.
Dejó huella en todos
sus alumnos y ha dejado y deja huella en todos sus lectores. Yo me considero su
alumno, porque no dejo de aprender leyéndole. Dice Maurois: “Brillante como
era, hubiera podido tener todos los honores de su estado. La Sorbona y el
Colegio de Francia se hubieran honrado con acogerle. No quiso jamás nada y
continuó como profesor de Instituto. No hago un elogio suyo. Le gustaba aquel
oficio; pero así nos dio el ejemplo de la perfecta independencia del espíritu”.
Gran Alain,
bienvenido seas a la hospitalidad de los que te amamos.