ASPERSORES

Los aspersores riegan y entre ellos se cuela el sol extrayendo de su trama vislumbres de pequeños diamantes incrustados en esos arcos que se comban para que la hierba reviva y luego exprese la suavidad que da sentido a la vida (uno de tantos sentidos: hay miles de sentidos, tantos como cosas pequeñas y en apariencias insignificantes que dan sentido a la vida). La vista se centra en la escena y sabe que incorpora miles de escenas semejantes que saca de la memoria, donde duermen plácidamente. Pongamos: viaje en tren de Valladolid a Burgos o viceversa, 1971, 72, 73, 74, 75, 76…La vista alcanza a centrarse en los aspersores que riegan el campo - pongamos en primavera o en verano - y como consecuencia siento un placer que ignora la razón de sí mismo y que ninguna razón sería capaz de explicar. Esta mañana lo mismo: parque de Rodríguez Sahagún, extraordinario espacio de la Democracia, otro más en este Madrid pletórico de ellos. Pura y dura civilización para dar sentido pleno a la vida. Pasear, hacer ejercicio, sacar al perro, sentarse, meditar sin que lo parezca, ver sin que parezca que meditas, acaparar cada brizna de existencia sin que parezca que lo haces, incluso amar sin que parezca que lo haces. ¿A quién? A esa nube que se fuga, a ese perro que te mira, a ese pájaro que vuela, a ese niño que corretea, a esa chica que pasa sin mirar, a esa flor que está ahí como un milagro, a esos árboles que no sabe nada de sí mismo pero que lo son todo de nosotros. ¿Quieres más sentido? Ese es el sentido, no busques más, como decía el novelista inglés Martin Amis de Las aventuras de Augie March, la gran novela de Saul Bellow. No busques más, decía Amis, no hay novela mejor en USA durante todo el siglo XX.  Pues lo mismo: no busques más, no hay más sentido de la vida que esta exposición a la magia de los aspersores por la mañana, cuando el ser comienza a caminar de nuevo, después de toda una noche de refugio en la nada o en el sueño.