BÉCQUER Y DEMÁS03-07-2019
Me he dado una paliza en los últimos tiempos escribiendo una novela - se acabó, te abandono, ójala llegue a ti - y traducciendo una nutrida selección de las geniales cartas del gran John Keats. Después ha venido la relajación absoluta, que, además, ha coincidido con el fin de la primavera y el comienzo del verano. ¿Qué hacer, además de paladear la existencia en sus actos mínimos, como acostumbro a hacer (desayuno lento, contemplación lenta, radio - a veces - para saber qué pasa, cuerpos fugitivos, pájaros en las ramas canturreando a su bola, nubes viajeras, cosas así de grandes)? ¿Qué hacer, digo? Pues fundamentalmente leer al tuntún, sin seguir un hilo preciso, cogiendo y dejando los libros por razones que se me escapan, por impulsos caprichosos. Y así me ha dado por Gustavo Adolfo Domínguez Bécquer, una antigua fijación. Recuerdo aquellos tiempos remotos en que hablábamos interminables horas Andrés y yo y en los que Gustavo (así) salía a relucir, porque no se sabía muy bien qué pensar de él. Tenía entre algunos brutos y brutas mala prensa, como aquella profesora que me afeó que estuviera leyendo en la sala de profesores a semejante poeta blandengue y no sé qué otras cosas infames dijo. Me enfadé educadamente y defendí a mi poeta con vehemencia igualmente educada. Corría el año 1979 o 1980, depende si era el otoño, el invierno o la primavera. Con Andrés, en aquella mítica mesa camilla, volvió el poeta sevillano a intrigar con su misterio y yo fui rotundo: "Absolutamente sí, Bécquer sí, a ciegas..." Creo que se me quedó mirando pensativo, algo sonriente, esbozando un asentimiento que tenía detrás alguna que otra rémora, tal vez, quizás esos prejuicios de la época estudiantil más bien burra en muchos aspectos. ¿Debíamos los izquierdistas amar a Bécquer? ¿Incluso los anarquistas como yo? Sí, debíamos...Bécquer sí, rotundamente, entonces y ahora, a ojos ciegas. El mejor poeta español de su tiempo - todo un siglo -, junto con Rosalía de Castro (¿se vieron en Madrid?). Tuvo pésima mala suerte pero también la tuvo inmensa puesto que la poesía, a la que acudió con muchísima fe, le respondió con creces. De acuerdo que no pintó nada en su tiempo pero pinta - y mucho - en el nuestro, lo cual quiere decir que la Poesía le escogió, frente a aquella caterva de núñez de arce y otras hierbas que se llevaron la palma y los aplausos de su tiempo pero también el silencio sepulcral del nuestro. El Arte maniobra así, compensa así, es intransigente en sus juicios, entierra a quien tiene que enterrar, redime a quien tiene que redimir y no perdona nunca.