DÍA A DÍA20-06-2019
Al sabio Rafael Nadal le preguntan sobre el significado de sus triunfos y responde como un auténtico sabio, y me pregunto cómo es posible que, siendo tan joven, haya llegado a ser tan sabio. Una cosa es ser un gran deportista, como lo es él, de los más grandes de la historia del deporte - y no solo del tenis -, y otra muy distinta es ser un sabio. Es difícil, muy difícil, ser lo primero pero puede que lo sea más ser lo segundo. Puedes ser un gran científico, una gran artista, un gran filósofo y ser un auténtico estúpido. La filosofía no siempre acarrea sabiduría, y si no que se lo digan a toda la caterva de filósofos académicos, expertos en sus cosas metafísicas u otras especies singulares, pero nulos de sabiduría. Por eso soprende tanto Nadal, inmenso tenista y, al mismo tiempo, sabio donde los haya. A veces da la impresión de que se ha tragado a todos los estoicos habidos y por haber, de Epicteto a Séneca, pasando por Spinoza, y que los ha digerido a fondo hasta lograr que sus enseñanzas dejen en él un poso que adorna sus proezas deportivas con un halo de encantamiento que deja literalmente pasmado. Al pregunta mencionada antes responde: "Una cosa es el subidón de adrenalina que supone ganar un torneo - pongamos el último Rolanda Garros, su duodécima corona - y otra cosa muy distinta es el día a día. El subidón es como una fantasía que te envuelve en una nube artificial pero el día a día es la verdad de la vida, donde se juega realmente todo lo importante". Y luego se explaya sobre la trascendencia decisiva de esa vida normal que viene después de la vida estratosférica del triunfo estelar. No cabe ninguna duda para él - creí deducir - que, si bien es fantástico el acceso a esas nubes especiales de ambrosía exitosa, la clave está es saber gestionar el día a día, donde se fundamente cualquier clase de vida satisfactoria, con los grados que queramos ponerle de logro a esa satisfacción. ¿La felicidad? ¿Una vida feliz? ¿La calma? ¿La paz? O sea, el amor a los que te rodean, la capacidad de sacar jugo a las pequeñas cosas, la vitalidad que se desprenda de tus admiraciones e ilusiones, las sopresas que te deparen las maravillas como la música, o el arte, o el mar, o el cielo, o la capacidad de estar sentado pensando en las musarañas, absorto en cualquier navegación interior llena de placer...O sea, la vida real, la vida de todos, el escenario donde se juega el ser o no ser de una vida lograda, que no es una vida existosa, llena de triunfos sociales, sino una vida de armonías interiores y de amores consistentes y de palceres ínfimos y mágicos, como el de ver que la luz del sol se enreda con las hojas al atardecer, mientras la brisa se interpone y las mueve, y los ojos acuden para certificar el milagro, uno más de los milagros que justifican plenamente la vida, sin éxito, sin fracaso, sin nada más que vida.