DIARIO25-01-2018
Tomada de sol en Olavide, a un tiro de piedra de mi casa. La
mirada y la atención vagabundean sin rumbo, según sean los motivos que se
cruzan en su camino. Los perros juegan, se entrelazan, se huelen, son
escandalosamente impúdicos, y a veces acaban ladrándose, y me pregunto por qué.
Me encantan los perros y pienso que nuestra lengua no es justo con ellos,
porque casi siempre en ella salen mal parados: “Eres un perro”, decimos cuando
queremos insultar a alguien, acusándole de ciertas bajezas, las que sean
(ruindades, miserias, mezquindades…). “Se comportó como un perro”, también
decimos a veces, por las mismas razones. Sin embargo, ¿cuándo los perros se
comportan como los seres humanos a los que acusamos de comportarse como perros?
Me temo que nunca, de no ser que con ello se quiera hacer alusión a las
conductas agresivas de algunos perros, pero ese no es problema de ellos, sino
de sus amos, que quieren que sus perros se comporten como ellos.
Una valoración distinta, por suerte,
aparece en esta otra frase, que le dice alguien a alguien: “Te he sido fiel
como un perro”. En ese caso los perros son ejemplo de fidelidad absoluta, un
valor apreciable que significa no fallar nunca a nadie y estar siempre a su
lado, en las duras y en las maduras. Si tienes un amigo, se supone que te será
fiel y que tú le serás fiel. No te fallará ni tú le fallarás. No te traicionará
ni tú le traicionarás. Si algo de esto
último ocurriera, adiós amigo, adiós amistad. Y lo mismo ocurre si amas a
alguien y se supone que ese alguien también te ama a ti. Si falla la fidelidad,
adiós confianza, adiós amor. Y además, como dice el psiquiatra Boris Cyrulnik,
los golpes cercanos son mucho más dolorosos que los lejanos. Una puñalada
trapera de un amigo o de un amor permanece clavada en el corazón tal vez para
siempre. Según la frase de antes, lo perros jamás hacen eso, son fieles hasta
la muerte, sin fallar jamás. Ese perro que vagó y vagó, de ciudad en ciudad,
hasta que consiguió dar con la pista de su amo, y allí se aposentó, hasta morir…Recuerda
a un fabuloso cuento de Kafka, aunque puede que hasta sea un cuento de Kafka…
Después mi atención vira hacia las palomas,
que aparecen cuando se van los perros.
Si vuelan, resultan airosas, pero cuando caminan son torpes y hasta
ridículas. Dan pasitos menudos, con sus
patas escuálidas, y también muy cortas y mueven
sin cesar su cuello como si percutieran en algo, aunque no lo hagan. ¿No
se cansarán? Un detalle: el sol saca
brillos tornasolados en algunas zonas de
su cuerpo y esa gama instantánea multicolor engancha de inmediato. “¿Qué clase
de coloración es esa?” “¿Cuántos colores son esos?” “¿Cómo puede ser que se
produzca ese efecto óptico tan portentoso, de buenas a primeras, sin mediación
de nadie consciente que lo pretendiera?” “¿Ha hecho eso el sol?” “Si el sol ha
hecho eso, ¿el sol hace obras de arte?”
En cuanto a la fuente, chorrea agua perlada por la luz del sol, que se
ha derretido en ella, con miríadas de diamantes en sus hebras que suben y
bajan, impulsadas por los chorros que suben y se desploman…¿Quién repara en
ellos? Su ruido constante mece, y eso significa que no es exactamente un ruido,
como lo sería el de un coche, que más bien molestaría e incluso irritaría, sino
como lo sería el ruido de un río, o el de un riachuelo, o el de un oleaje. Es
el ruido del agua, es la música y, ¡cuidado!, que viene Antonio Machado con su
sutileza magistral a recordárnoslo, esos cangilones, esos ríos…
En cuanto a los setos, están adormecidos, y en ellos se infiltran a
veces algunos pájaros, casi siempre gorriones, el más vecinal de los pájaros,
el más curioso y el más nervioso también, el más simpático…¡Cuidado!, que viene
Claudio Rodríguez, con su maravilloso poema, Gorrión…¿Qué busca este gorrión, qué quiere este gorrión? ¿Por quién
nos interroga? ¿Acaso por nuestra vida? “¿Qué
busca en nuestro oscuro/ vivir? ¿Qué amor encuentra/en nuestros pan tan duro?”
En cuanto a esa mujer, ¿qué escuchará, con los cascos puestos? ¿Qué
música? Y aquella otra, ¿en qué pensará? Y aquella otra, ¿qué leerá? Cuando se
levanta, hago un esfuerzo descarado por descubrir qué lee, pero me avergüenzo
al instante, mi curiosidad me ha traicionado otra vez. ¿Algo más de esas
mujeres? Silencio, solo en la ficción podemos imaginar cosas, cuando ese
personaje se encuentra con ese otro, y entonces ocurren tales y tales cosas…La
imaginación urde la escena, pero ellas no saben en absoluto que ese hombre
solitario, que toma el sol como un lagarto, ha urdido una historia. La
imaginación es así, no podemos pararla, es inmensamente generadora, y también
es discreta, cuando quiere: solo en la ficción se puede contar lo que ella
imagina y crea. Pero ninguna de esas mujeres desconocidas lo sabe. ¿Qué dirían
si lo supieran?