Diario, lunes, 22,5,1722-05-2017
*Salgo a pasear y me apodero de
la temperatura como si fuera sangre.
¿El aire es sangre incorporado a la sangre? ¿Ahí vive Berrio? ¿Qué será de él?
Ráfaga rápida sobre su existencia, refugiada en su particular lejanía. Todos
somos lejanía para todos pero la frecuentación produce el espejismo de la
cercanía, que es una forma de integración fácil en la otredad de los otros.
Digo fácil, lo cual no quiere decir real. Los otros siempre son ajenos, pero la
proximidad física nos los acerca y entonces sucumbimos al calor de lo familiar,
que es un verdadero sueño del amor compartido. Un milagro al alcance de la
mano, pero no fácil, más bien difícil. Como hace mucho que no veo a Berrio,
¿qué será de su lejanía? ¿Seguirá siendo tan lejano como siempre lo fue? ¿No
podré entonces anular esa lejanía, ni siquiera en sueños? Paso de largo, me
adentro en otras ocurrencias, en otros espejismos, haciéndome cargo de la vida
que corre sin pedirnos permiso sobre sus lontananzas.
*Bishop y Jünger, Jünger y
Bishop. No imaginaba que Jünger me fuera a interesar tanto. ¿Por qué me
interesa ahora si antes no me interesaba apenas? O eso creía. Creía que era un
pesado, una especie de plasta con ínfulas metafísicas. Ahora compruebo que cala
en lo que ve y que monta sobre ese ahondamiento reflexiones que importan, y que
tienen la textura de lo físico, puesto que arrancan de lo material. En cuanto a
Bishop, no sospechaba que fueran tan buena poeta, buenísima poeta, en un país
de muy buenos poetas, empezando por los grandes del XIX: Whitman y Dickinson,
Dickinson y Whitman…Ser un digno sucesor de esas luminarias y no sucumbir es ya
todo un ejercicio de soberanía, solo al alcance de los que tienen experiencia
propia, que no es lo mismo que ser un poeta de la experiencia, como decían por
aquí.
* Horroroso el poema que leo en
el metro de un poeta español casi de mi edad. De una banalidad insultante, casi
para llorar. Como venía leyendo en el
metro a Schopenhauer, de la mano del
francés Houellebecq - que ha escrito un apasionado encomio sobre el gran
filósofo alemán -, se me ocurre pensar si este tipo de gente sentirá sobre su
cogote la amenaza de saberse insignificantes a pesar de que sus triunfos les hagan pensar lo contrario.
En un pasaje de sus geniales Parerga, el
filósofo alemán dice que esa gente no se llama a engaño y que sabe exactamente
lo que son. “Yo sé muy bien que soy insignificante…” Schopenhauer es siempre
agudísimo pero bien pudiera ocurrir que la vanidad echara un cerrojo sobre la
lucidez – siempre muy costosa - y que alguien que ha escrito eso que viaja en
el metro crea que puede representar dignamente la misión que la poesía encarga
a los que se comprometen a no usar su nombre en vano…