EN EL SILENCIO
13-07-2019

Publicado por: Ángel Rupérez


No se trata de un silencio buscado premeditadamente, como quien se retira a orar o a meditar, o como quien se sumerge en un bosque huyendo de estrépitos que le van carcomiendo por dentro y necesita descansar de ellos, y combatirlos no oyendo otra cosa que la palpitación de los árboles, que respiran sordamente para oídos exquisitos, capaces de alcanzar esos susurros confidenciales como andídotos de la enfermedad del ruido en el alma. Mi silencio de tantos días - el de hoy mismo - ocurre porque sí, y yo no me retirado de ningún sitio para que llegue a mí, de improviso, cuando menos lo espero. Puede que esté dando un mordisco a mi rebanada de pan con tomate de la mañana o esté sumergiendo la cuchara en la avena cuajada en leche fría de verano, o esté acarreando un trozo de melón a mi boca, o mordisqueando una cereza humilde y fastuosa cuando, de pronto, en las alas de la brisa matutina, se posa ante mí el silencio, un caballero discreto, elegante y sobrio, con aire distraído y de no saber exactamente de dónde viene ni adónde va pero seguro de su peregrinar, aunque no tenga más destino que el de abrir ventanas a otro mundo que está en este, siempre en este. De pronto el silencio, así vestido, se diluye en sí mismo, y ahonda su naturaleza ensanchadora de concentración y sentimiento, de tal modo que hace que se le sienta como una presencia poderosa aun cuando no pese nada ni ocupe ningún espacio. Los ruidos no desaparecen en absoluto, los propios de la calle al amanecer. Algún taconeo desperdigado, algún motor lejano, algún soplo de la brisa que levanta notas de la hojas, algún canturreo de algún pájaro madrugador, entregado a la alegría de la mañana. Todo ese concierto está pero el silencio también está, y se le nota de una manera sigilosa, y al tiempo invasiva, creciendo como una ola suave pero determinada. El silencio cava y excava, y lo que saca de su actividad es una rara conciencia de estar vivo caracterizada por cierta plenitud. No ha desaparecido la realidad sino que se ha instalado en ella el silencio, y ha convivido fácilmente con los ruidos que parecen volar en sus alas. Yo también parezco volar en ellas, pero no para ascender a ningún sitio sino para descender aún más en la parte de la vida se ha expuesto así. No es huir ni borrar, sino que es permanecer y sentir y acoger y ser únicamente para ser, sin pedir nada a cambio.


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