En la plaza de Chamberí09-03-2017
No sé si habrá espectáculo más
fabuloso que el de la plaza de Chamberí
una tarde cualquiera de un mes de
marzo cualquiera. Hoy ha sido uno de esos días privilegiados. Lucía un sol
portentoso, todavía incapaz de quemar, al
que casi se le podía mirar de frente como quien mira a alguien directamente a
los ojos a cambio de recibir una luz inesperada que procede asombrosamente de
un interior desconocido. En cierto modo, el sol es ese desconocido, por mucho
que sepamos de él muchas cosas, pero no todas porque ¿quién entiende esa luz
por más que sea habitual y diaria y casi rutinaria? ¿Quién entiende la luz de
esos ojos? ¿Quién entiende la luz de unos ojos especiales a los que se mira con
asombro? Difícil misterio que acompaña con su presencia silenciosa – la luz no
se oye, hasta aquí no llegan las explosiones nucleares de la estrella – la
combinación de cosas y seres que se entrelazan a esa hora del día, a las cuatro
de la tarde.
Las palomas se mueven con una curiosa carga
de pesadez aérea, como globos derrengados con patas cansadas que no saben dónde
caerse muertos. Si se desplomaran, como desinflados, y se pusieran a rodar
nadie se extrañaría, hasta tal punto parecen torpes, casi risibles, con esa
barriga excesiva que da la vuelta a todo el torso y se apodera de todo el
cuerpo. Mueven la cabeza con torpeza pero alardean de una cierta dignidad de la
que carecen. El pan las vuelve locas y entonces se arremolinan, picotean, se
pelean, giran sobre sí mismas y crean un escándalo que acrecienta su torpeza,
hasta tal punta las mata su pesadez y su enorme barriga.
Los gorriones a su lado son pícaros y gráciles, aunque un tanto
tontorrones pues se dejan avasallar sin descanso. Pero da gusto verlos con su
movilidad saltarina y su voracidad frustrada, debida a su debilidad. Son motivo
de asombro y no puedo dejar de recordar el precioso poema de Claudio Rodríguez. Imagino la escena: un
gorrión se le acercó a los pies, se quedó allí algo chulo, osado, demasiado
audaz y saltó la chispa del asombro y voló la imaginación creadora en manos del
sentimiento generador, que hizo volar a los dos, al poeta y al gorrión mismo.
Los niños llegan con sus niñeras o con sus
madres y a los más mayores les dejan sueltos y arman escenas asombrosamente
divertidas, como la manera con que se relacionan con su perro, como si fuera un
juguete. Una señora les advierte que
puede que le estén molestando de tanto tirar de
la correa pero ellos no hacen caso y el perro menos, que acata dócilmente las inocentes perversidades de los
niños. Yo también se lo recuerdo mientras cae sobre mí la mirada triste del
perro, que parece decir que su destino es saber aguantar y ser paciente.
La brisa puede levantar alguna que otra cabellera, o hacerse sentir
sobre la piel, como si fuera una caricia. Alguna que otra mujer cruza, casi
siempre con prisa, arrastrando tras ella un cierto enigma, incluido el de su
estilo, preparado previamente en la intimidad, haciéndose tal vez preguntas
sobre los destinatarios desconocidos ( o no) de sus preparativos. ¿O no se
hacen esas preguntas? A veces sigo discretamente su estela, hasta que se
pierden en una lejanía…que hoy no es dolorosa.
La fuente echa agua sin cesar, cayendo en chorros que crean leves
estruendos que levantan espumas pasajeras que vuelven a renacer con cada nueva
caída del chorro que previamente se ha erguido para desplomarse…Un ritmo de
ascenso y caída, semejante al de cualquier existencia. Pero la mente hoy no repara en caídas en
absoluto, sino solo en ascensos. Todo es ascenso en la plaza de Chamberí, como
si la vida en su cumbre fuera solo ascenso y ascenso, como el chorro del agua,
que asciende y asciende…¿Hasta cuándo? No hay límites, esa pregunta hoy no
tiene sentido. No hay límites, solo hay plenitud. La vida también es esto: una
incandescente plenitud que no necesita preguntas, sino solo contemplación,
reverencia, aceptación, entrega y gratitud. Como diría Peter Handke, un día
logrado o, como diría Niezsche, la existencia eterna y absolutamente
justificada aunque solo fuera por un instante así, emblema de su grandeza.