FOTOS AJENAS18-06-2019
A veces me quedo pasmado viendo fotos de gente que apenas conozco pero que, por alguna razón, entran pasajera o tangencialmente en mi vida. Son familiares de familiares o familiares de gente querida y que se exponen a mi mirada porque yo pasaba por allí. Miro y vuelvo a mirar y me hago preguntas, muy especialmente si las fotos arrastran tiempo tras de sí, a veces mucho tiempo. ¿Quién fue ese? ¿Y aquel otro? ¿Y aquella? ¿Y aquella otra? A veces te enseñan las fotos con orgullo de madre o de abuela, y te llevan a vidas absolutamente desconocidas, y vuelven las preguntas. A veces me ha ocurrido que, al comprar un libro de viejo, me he encontrado con la foto de su propietario, o de un familiar de su propietario, quién sabe, quién puede saberlo. Una cascada de preguntas inconcretas se disparan, y ni siquiera sé si son preguntas: ¿quién sería?; ¿cuándo fue?; ¿por qué esa sonrisa?; ¿o por qué esa tristeza? Habrá muerto ya, seguro, y, si pienso eso, me quedo perplejo al saber que ese momento se ha extinguido para siempre, no solo porque ya pasó, y todo lo pasado se extingue, sino porque yo no tengo memoria de ese otro, y por tanto la extinción es absoluta, y, además, al morir ese desconocido ya no existe para nadie, ni nunca jamás existirá para nadie. Entonces las fotos de los que no son ajenos nos obligan a situarnos en órbitas imposibles pero no por ello dejan de acuciarnos con su temporalidad a cuestas: el pasado, ese pasado, y el presente, ese presente, interconectados, entrelazados, pueden suponer un contraste brutal entre la belleza que fue - o pudo ser - y la decrepitud que es y que también dejará de ser. Me pasó ayer, exactamente así. Mi vecina de abajo, una señora ya mayor, me pidió ayuda. Bajé para ofrecérsela y, quizás por vivir sola, empezó a hablarme de su vida y su hijos y sus nietos. Había fotos de ellos en un mueble del salón. Me enseñó, me dio alguna explicación: son londinenses porque su padre es inglés, y viven en Inglaterra, en Londres algunos, otros en Brighton...Oh sí, Inglaterra, Inglaterra, dije y pensé, oh, sí, Brighton, y escarbé precipitaamente, y no sé si saqué frío veraniego pegajoso e incomprensible, con azules de hielo quemando la mirada...Y la señora tenía una foto de sí misma joven, y vi el contraste, y me asusté al ver qué hace el tiempo de nosotros. Y no sé qué pensé de sus nietos, ni de su hija medio inglesa, porque eran rostros desconocidos, o casi, pero querían decir algo de sí mismos, pero no sabía qué, y no quería hacer preguntas porque no sabía adónde me conducirían, y no tenía tiempo de escribir un relato o incluso una novela, porque los relatos y las novelas llevan muchísimo tiempo, y yo solo quería salir del paso, o sea, de la incógnita que las fotos dejan tras de sí, y de los infinitos que son los enigmas humanos, y de lo desconocidos que son los demás, por más que sus fotos nos animen a saber lo que nunca podremos saber.