GATITOS26-09-2019
Mi periódico favorito en inglés es The Guardian, que leo religiosamente todas las mañanas. Ayer aparecía un artículo delicioso sobre los vínculos afectivos de los gatos con sus dueños (cuidadores, dice la palabra inglesa: caregivers, muy bonita palabra: dadores de cuidados, precioso, cierto). Los lectores contaba historias preciosas, como la siguiente: después de una semana de haberlo conseguido en una parte de Londres - ¿estaría perdido el gato? -, llego a casa, entro y el gato viene y cabecea sobre mis zapatos y luego se restriega sobre mis piernas. ¡Y no había pasado ni una semana! En una semana, pues, el gatito amaba ya a quien lo había rescatado...Hace unos meses vivió conmigo Pandora, la gata de mi hijo Miguel. Era algo arisca, ciertamente, pero tenía una elegancia considerable, casi artística. Pelo negro, ojos penetrantes, gruñona a veces pero a veces también cándida (dependía). Cuando paso por la Gran Vía, hay unos sin techo con los que suelo pararme. Son italianos, chica y chico jóvenes. Ella toca un caramillo de vez en cuando, lo cual sorprende en medio del fragor de los coches. Sonido tan débil, frágil y dulce para ambiente tan ruidoso, sin jilgueros a la redonda, ni siquiera gorriones, ni tampoco palomas propensas a sus guturales murmullos que a veces me sorprenden en mi casa...Pues bien, esos sin techo están acompañados de dos perros y un gato. Me paro, observo, y mi mirada se va irremediablemente al gatito, muy joven, y a su madre, ya hecha y derecha. Los dos son mansos y se dejan sobar, no como Pandora, que rehuía carantoñas. ¿Qué ocurre? Ocurre que se desata el afecto, al tiempo que el asombro, y el encanto, y el deseo de estar cerca de esos animales...Ocurre que de pequeño tenía un gato en casa al que acariciaba y rodeaba con mis brazos para acapararlo y fundirme con él en un abrazo que aún dura. Tenía el pelo color canela claro, tipo albaricoque, con franjas color crema de helado veraniego, tipo vainilla, y estaba para comérselo...Nos dejó, se fue, no volvió a aparecer en nuestras vidas y creo que mi amor por esos gatitos es el amor que tuve a Ariri, aquel gatito del corazón eterno de la infancia que nos dejó para no volver nunca más, hasta hoy, hasta el otro día, que ha reaparecido gracias al amor que le tuve y que se proyecta sobre esos gatitos de la Gran Vía, y sobre Pandora, la reina de la casa allá donde viva Miguel, my son.