GUILLERMO (GARCÍA DOMINGO)24-12-2017
Quedamos a comer de vez en
cuando, una vez al trimestre mínimo. Es un joven profesor y filósofo al que
admiro muchísimo, no solo por sus ideas pedagógicas sino por su visión de la
filosofía y de la política y de la literatura y de tantas cosas. Ayer volvimos
a quedar en un restaurante de la calle Hortaleza, donde tiene su sede el
Colegio de Arquitectos. Nos habló de un viaje reciente a Hamburgo y Bremen y
elogio a las dos ciudades, con el frío metido en el cuerpo pero también con el
calor del entusiasmo por conocer esas ciudades, que nos invitó a visitar
(Hamburgo, la ciudad de Schopenhauer, ¿cómo no? Solo de oír ese nombre ya
enciendo el motor de mi particular devoción…)
Guillermo es contagioso en sus entusiasmos y te arrastra
irremediablemente hacia sus pasiones. Hace poco me regaló un libro extraordinario
de una joven víctima de los nazis, en el París de la Ocupación. Su nombre,
Hélène Berr, judía, bellísima en la foto de la portada del libro, impresionante
en sus apreciaciones de todo tipo, y en su Bondad absoluta. Duro libro pero, a la vez, de una Humanidad
sin límites, capaz de contagiar esa creencia en lo humano justo cuando más
salvajemente es atacado y destruido.
En la comida de ayer mostró su pasión por
otras de mis pasiones musicales, Van Morrison, que acaba de actuar en Madrid.
Si no hubiera admirado al músico irlandés desde tiempos lejanos (¡Oh!, Astral Weeks, esa joya), me habría dado
prisa para escucharlo. Eso me ocurrió con Bill Fay, al que no conocía en
absoluto y que he conocido por él. Maravilloso músico, por cierto y magníficas
sus letras. Guillermo hace tiempo me enseñó que Mandela había sobrevivido en su
larguísimo cautiverio gracias a un poeta, amigo de Stevenson, W.E.Henley, del
que solo conocía su nombre o poco más. Me pidió que tradujera ese poema, Invictus, que tan decisivo había sido
para Mandela y lo hice muy gustosamente. Cuando falleció Mandela, expliqué a
los lectores del periódico (El País) ese hecho, comentado algunos pasajes del
citado poema, especialmente el final: “No
me preocupa que se cierren las puertas/ni que lluevan sobre mí un sinfín de
castigos,/ pues sé que yo gobierno el rumbo de mi vida/ y que soy el capitán de
mi alma invencible.” Invencible parece también el alma de Guillermo.
Guillermo (García Domingo) es lo que hoy diríamos un crack absoluto, en muchos
órdenes de la vida. Si tocas una fibra
del sentido de la justicia y te muestras arbitrario, puede que tengas serios
problemas con él. Si arremetes contra los débiles porque sí, y te recreas en
esa suerte, ya te puedes ir preparando. Si arrasas con la educación pública
porque conviene ahorrar en el presupuesto, ya tienes ahí a al alguien dispuesto
a resistir como sea, incluso con comprometidas actuaciones (y sé de lo que
hablo). Los alumnos lo adoran, con razón.
Sus libros son excelentes, y del último hablé en este mismo blog,
editado por Evohé Ediciones, una excelente investigación sobre la naturaleza
indómita, solitaria, independiente y genialmente creativa de Descartes. Gracias
a Guillermo me enteré de esa dimensión del filósofo francés que trasciende con
mucho los tópicos de manual sobre su personalidad filosófica.
Ahora está preparando un libro del que no
diré nada aún para mantener la intriga, incluso ante mí mismo. Como siempre, la
Ética subyace a su peregrinación en busca de la grandeza humana, tantas veces
denostada, denigrada, vejada y arrasada por los
criminales de toda laya y condición, los nazis en puesto prevalente.
Ayer nos habló de un episodio de la reconciliación entre un terrorista irlandés
y la hija de una de sus víctimas (lamento no haber retenido sus nombres). Llevó
a sus alumnos a escuchar el intercambio entre los dos con el fin de que vieran
hasta qué punto es posible la reconciliación, a pesar de los pesares.
Asombrosamente ejemplar. Guillermo es ejemplar. Puedo decir muchísimas cosas
positivas de él -¡también es madridista! -, pero en este instante me sale la
palabra ejemplar para definirlo. Lo dicho, Guillermo es ejemplar. Es todo.