Houellebecq y Schopenhauer17-01-2017
Confieso que no he leído a
Houellebecq y no sé si me pierdo algo realmente importante. Soy de la
generación de los que nos hemos quedado varados en Patrick Modiano, el poeta de
los enigmas indescifrables y las inconmensurables despedidas. Pero leí ayer en
la sección de cultura de los periódicos que Houellebecq acaba de publicar un
libro sobre Schopenhauer, su filósofo de
referencia y su ídolo absoluto. Eso me
le hizo inmediatamente simpático, y me acercó a él de una manera insospechada,
puesto que yo soy también un gran admirador del filósofo solitario de Francfort
del Meno. Hasta entonces, cada vez que salía el nombre del escuálido escritor
francés, actuando casi siempre como una especie de viejo enfant terrible, me
echaba un poco a reír, sospechando – y no sé por qué – de sus posturas
rompedoras, como si fuera un profesional del saber mear siempre fuera de
tiesto. Pero al ver que admiraba profundamente a uno de mis filósofos
favoritos, Arthur Schopenhauer, le sentí tan cercano que hasta me entraron unas
ganas casi irreprimibles de leerle, pues supuse que, si compartíamos esa
admiración, necesariamente tenían que interesarme sus escritos. Por si acaso,
contuve la pasión y me limité a tomar nota y a convencerme de que iría a la
librería francesa que hay cerca de casa – Pasajes– y que compraría el libro en cuestión. Además, para reforzar mi decisión,
pensé que necesariamente no sería un libro de filósofo profesional, con todo el
miedo que me inspiran esas palabras y al
gremio que representan.
Sin embargo, hubo una cosa que me disgustó
de las palabras de Houellebecq y es que contraponía a Schopenhauer con
Nietzsche y lo hacía de una manera un tanto elemental, lo cual me inyectó una
cierta dosis de reserva sobre el personaje que matizó – aunque no anuló - la
simpatía inicial que me habían producido sus palabras. Aseguraba Houellebecq
que Schopenhauer representaba el pesimismo radical y Nietzsche el optimismo más
arrebatado (el adjetivo es mío), y, siendo así, a Schopenhauer le había ido
mucho mejor en la vida que a Nietzsche,
y eso que este último descubrió su
propio camino después de comprar en una
librería de viejo de Leipzig (creo) un ejemplar de El mundo como voluntad y representación, firmada por un tal Arthur
Schopenhauer, del que Nietzsche nunca
antes había oído hablar. De pasada, recordemos
que esa obra decisiva del maestro enemigo de Hegel había pasado absolutamente
desapercibida en el mundo filosófico profesional alemán, completamente ajeno a lo que el independiente
y genial Schopenhauer defendía en su opera prima.
O sea, si eres radicalmente pesimista te
puede ir mucho mejor en la vida que si era arrebatadamente optimista. Si eres
lo primero, puedes envejecer plácidamente, viviendo de las rentas, como fue el
caso de Schopenhauer, y si eres lo segundo, puedes acabar loco, después de ser
un empedernido trashumante y vivir modestísimamente en pensiones y no tener ni
para una estufa, como confiesa Nietzsche a su madre en carta muy
entristecedora, remitida desde Niza. Por tanto, optimistas del mundo, y
psicólogos – y aun filósofos - contemporáneos de la felicidad, apostad por
los negros horizontes porque así tendréis larga vida y estupendas rentas, como
las tuvo Schopenhauer…Como se ve, es trivial, y aun banal, y ciertamente poco
de fiar, si encima se tiene en cuenta lo siguiente: Schopenhauer sostuvo en sus
ideas éticas que, por encima de todo, está al alcance del hombre el cultivo de
la alegría, lo cual le hace merecidamente feliz. ¿Por qué no ser alegre? ¿Por
qué no estar contento con uno mismo? Vamos, anímate, lógralo, está al alcance
de tu mano, lucha por ello, no te resignes, no seas un endiablado y melancólico
hombre triste…Esto lo dice Schopenhauer, y esas credenciales no son las de un
filósofo resignado a no gozar en absoluto de la vida. ¡Todo lo contrario! Así
que no sé si me acercaré a comprar el libro de Houellebecq, no vaya a ser que
no haya entendido nada de nada de quien dice ser su ídolo absoluto…