Las lágrimas de Obama16-01-2017
A la hora de las despedidas, es fácil llorar. Obama
lloró ayer o anteayer en Chicago mientras se despedía como presidente ante sus
entusiastas partidarios. Había hecho un repaso a su mandato presidencial y
había enumerado sus logros, quizás no tan vistosos pero sí suficientes como
para estar satisfecho, y más viendo el terremoto ultraderechista que se
avecina. Como dice un comentarista británico, también de raza negra, y no del
todo satisfecho con su gestión, “le echaremos en falta”.
Justo después de ver un resumen de la intervención de Obama, pude ver en directo
la rueda de prensa en Nueva York que dio ayer el presidente entrante, Donald
Trump. Viendo la actuación de los dos, y sus estilos oratorios, hay sobradas
razones para pensar que, efectivamente, echaremos en falta a Obama, por muchas
razones. Y una de ellas, y no menos
importante, tiene que ver los modos y no exactamente con las políticas, aunque
también con estas, obviamente. Obama es
vehemente pero también tranquilo y, aunque
no excluya la crítica acerba si
es necesario, jamás cae en la
descalificación del adversario en términos de rudo estilo callejero. Por
contrate, ayer vimos a Trump callar la boca a los periodistas incómodos que le
hacían preguntas incómodas con un estilo llamativamente hosco y groseramente
autoritario, con su dedo índice de su mano esgrimida como lanza apuntando y
amenazando. Al ver esas imágenes, comprendí que Obama lloraba en parte por lo que se le viene encima al
país.
Pero no solo lloró por eso sino que también
lloró por ver que todo su pasado presidencial llegaba su fin y con él una parte
de su vida. Al acarrear todo ese pasado, invocado por el aroma de la despedida,
cobraron protagonismo su mujer y su hija
mayor, allí presentes. En ese instante, sin poderlo evitar, se le cayeron las
lágrimas. A todos nos ocurre, y es esa reacción, contra la que nada puede ningún controlador interno,
la que nos hermana a todos los seres humanos, sea cual sea nuestra condición,
raza, edad, cultura, religión…Es lo que podríamos llamar “un universal del
sentimiento”, por tomar prestada la expresión a Antonio Machado. ¿Por qué es
tan poderosa esa causa? ¿Por qué nadie puede pararla?
Obama sacó su pañuelo, se enjugó las lágrimas, y a
continuación las cámaras enfocaron a su mujer y su hija. Esta también estuvo a
punto de llorar pero Michelle solo sonrió y se acompañó la mano al corazón,
donde viven los sentimientos, según esa bonita convención que ignora que es el
cerebro el dueño de todo y el corazón un simple pero portentoso regador. Con
esa mano Michelle quise decir: “Acepto tu amor y te lo devuelvo”. Era la suya una expresión de alegría por
verse amada en público de esa manera, pues el amor es una forma suprema de la
alegría y una de sus expresiones gestuales puede ser también la sonrisa, una
sonrisa amplia, expansiva, volcada también en la mirada, que también brilló en
ese instante, de una manera que parecía tener dentro de sí la sangre del
corazón antes invocado, una sangre iluminada, con más luz de la acostumbrada.
Mientras tanto, Trump hablaba de muros que se alzarían entre México y
EEUU, y solo esa expresión movilizaba otras emociones, todas ellas contrarias
al amor. Me disgustó enormemente oírle hablar así, y me dio miedo que alguien
hablara así. Su gestualidad era amenazante, y avisaba sin duda de tiempos
oscuros. No había ninguna duda: Obama lloró por la despedida en sí, por su
pasado recuperado por medio de un tropel de recuerdos y por la emoción que le produjo
saber que todo había sido posible gracias a su familia, a la que amaba. Pero
también lloró por otra cosa, de un modo inconsciente: lloró porque se
avecinaban tiempos oscuros para su país y para todos los que, por múltiples
razones, no dejamos de amar a ese país.