MIS VENCEJOS19-06-2019
Soy amante de los ciclos naturales y mi sensibilidad está atado a ellos, como una forma de memoria. Ahora, en pleno junio, uno de mis meses fetiche - Conversación en junio se llamó mi tercer libro (1992, pero terminado en 1989)-, los vencejos han vuelto aparecer por los cielos de Madrid y, particularmente por mi barrio, Chamberi, y más particularmente por mi calle, la calle Viriato, donde vivió Cernuda, lo vuelvo a repetir (y lo repetiré muchas veces en estas páginas, ya verás). De pronto, inadvertidamente, caigo en la cuenta de que el milagro se ha vuelto a producir. Así ha sido hoy. Estaba sentado en el mirador, mirando la vida pasar, ensimismado, tal vez escribiendo en mi cuaderno diario, donde resumo la vida del día y la forma como la he vivido, cuando de pronto se mete en mis oídos el chillido que mi memoria ha atesorado desde la infancia, con toda seguridad: el chillido de los vencejos que ha vuelto a venir, otra vez, y volverán a venir, siempre, hasta que cese todo para mí (pero entonces tal vez vuelvan a venir porque puede que el paraíso en la tierra no nos abandone jamás, ni siquiera muertos: tal vez en eso consista la eternidad). Entonces alzo la vista, miro y los veo volar a toda hostia, con un vértigo en sus alas y vuelos que asombra una vez más, incapaces de chocarse con nada a pesar de su enloquecida velocidad, ni entre ellos ni ellos con las cosas que sortean como lo hacen, haciendo vuelos llenos de giros que parecen inconcebibles e inaccesibles para el más abrobático de los pilotos. Van y viene sin cesar, se alejan y se acercan incesantemente, chillan como lo hacen, y no sé realmente qué están haciendo, por qué hacen lo que hacen. Ya sé que habrá una explicación sencilla: están hambrientos y se lanza al aire para comer insectos que anden por ahí despistados, quizás tumbados a la bartola en su inalámbrica pereza, quizás a la espera de un manjar para ellos...Pero lo importante no es eso, lo importante es la impresión que dejan en quien los oye y observa, yo mismo, antiguo observador de estos voladores de los crepúsculos madrileños y, antes, de los crepúsculos burgaleses y, antes, de los crepúsculos sanleonardescos sorianos. Me impresionaron tanto que volvieron a lo bestia en mi tercer libro, donde aparecen en varias ocasiones y, particularmente, en un poema titulado precisamene El retorno de los vencejos. Los amo y los amaré siempre, y siempre me sorprenderán, aunque los conozca de sobra y sepa que nunca faltarán a la cita. Tengo una cita anual con ellos y siempre tendré una cita con ellos, incluso cuando ya no esté.