Oda al otoño23-12-2016
Uno de mis poemas favoritos de John Keats es la Oda al Otoño. Se trata de tres secuencias que repasan los
atributos del otoño con asombrosa plasticidad
descriptiva, llena de sensualidad, plenitud y calma. Sin embargo, en la sección
III se produce un quiebro que introduce inseguridad en medio de la plenitud
otoñal. Esa inseguridad procede de una voz intrusa, que quiere actuar como un
aguafiestas envidioso: “¿Dónde están los
cantos de la Primavera? Ay, ¿dónde?/ No pienses en ellos, que tú tienes tu
música”. En inglés: “Where
are the songs of Spring? Ay, where are they?/ Think not of them, thou hast thy music too…”. Como se ve, la respuesta de la otra voz es
contundente: “No pienses en ellos, que tú tienes tu música”. No pienses en lo
que no eres tú, no envidies eso que no posees porque ¡tú tienes lo que te
pertenece a ti!, ¡tú tienes tu propia música! Cuando nosotros nos ofuscamos a
nosotros mismos con una pasión envidiosa, que selecciona un objetivo que es
propiedad de otro y que quisiéramos para nosotros, siempre podemos acudir al
ejemplo del poema de Keats: “No pienses en eso que no tienes, piensa en lo que
realmente tienes, que es tu propia música”.
Muchas veces, cuando paseo por Madrid en
el otoño, la estación que ahora acaba, pienso en esa frase de Keats – “Tú tienes tu música” - y lo hago como una forma de reconocer esa
grandeza que le quiso atribuir el poeta inglés en su fabuloso poema.
Efectivamente, tú, otoño, tienes tu música, me digo, a medida que observo la
coloración amarilla de las hojas, las ventoleras otoñales que las sacuden, las
lluvias que las humedecen y la forma como poco a poco se desprenden de los
árboles y caen lentamente, como lágrimas cadenciosas. A eso hay que añadir la
luz madrileña que se ceba en esas existencias y les dota de un brillo insólito,
que forma parte de su absoluta realidad.
¿Qué más música quieres, otoño? Esa es
toda tu música y con ella elaboramos un sentimiento que se desgrana en multitud
de sensaciones a medida que caminamos y nos apropiamos sin querer de esa mezcla
que arrastra consigo una luminosidad especial, y una musicalidad propia. ¿Qué
sensaciones? He dicho multitud. ¿Son tantas? Tal vez exagere, puede que sea
siempre la misma sensación que se disfraza de tonos diferentes, o puede que
sean sutiles variaciones sobre las mismas notas, pero variaciones al fin. ¿Qué
sería? Una ensoñación, un ensimismamiento, un entusiasmo, un deseo de
apropiación, un acto de gratitud, un recuerdo, muchos recuerdos reactivados…Tú
tienes tu música, y no pienses en nada más que en tu música. Ahora que termina el otoño, y tu obra ya está
consumada, y se asoma en la desnudez de los árboles otra clase de ser, y otra
clase de música, es el momento de despedirse de ti, pero no con melancolía. Has
dejado un reguero de ofrendas a lo largo de estos meses que no han caído en
vaso roto. Es una obra perdurable, más allá de que prometas volver. Tu música
permanece. Tu música ha sembrado. Somos, contigo, tu música. ¿Qué sería de
nosotros sin ti?