Paloma en rama23-01-2017
Al amanecer, casi de improviso,
exactamente como si fuera un regalo – de hecho, es un auténtico y valioso regalo
-, sorprendo a un paloma encaramada en una rama desnuda, en lo alto de una acacia
que da sentido a mi vida. Me quedo pasmado al verla con tanta seguridad y
aplomo, recortada sobre el horizonte donde el cielo ya ha clareado con un azul
tibio, de pantalón vaquero pasado por muchos usos y muchas lavadas. Antes de
llegar a ese fondo, una sucesión de nubes se escalonan en gamas grises, que van
desde el oscuro de la ceniza hasta el claro de unos ojos en el extremo de un
azul o un verde desvaídos. El final de
esas nubes se desploma en un blanco que envuelve el azul del vaquero
desgastado. Y la paloma como si nada, enhiesta en su soberanía de vigía del
amanecer, oteando horizontes que parecen resbalarle.
La mirada, al sorprender ese regalo, se detiene sin querer, como
atrapada por el embrujo de la escena, compuesta por la naturaleza. ¿Por quién
si no? Ninguna intervención humana en ella, ningún decorador, ningún fotógrafo,
ni siquiera ningún poeta ansioso de realidades sublimes. Pura naturaleza, en
pleno centro de Madrid, por si alguien hubiera imaginado alguna vez que en las
grandes ciudades no hay naturaleza nunca, ni siquiera en sus parques. Pues sí
la hay, como mis ojos han atestiguado esta mañana. La paloma, no gobernada por
nadie, el árbol solitario
y austero, plenamente invernal, y el cielo dueño de sí mismo, dueño de sus
coloraciones, que son verdaderas obras ¿de arte? ¿Existe el arte natural, no
consecuencia de ninguna subjetividad?
¿La naturaleza compone cuadros superiores a los de los pintores, fotógrafos,
cineastas, músicos o poetas (ya sean en prosa o en verso)? Si no superiores,
digamos ¿iguales?
En todo caso, la mirada, la que se acerca a
la realidad y detecta en ella motivos de entusiasmo, es la misma que se acerca
a los cuadros para lo mismo, para detectar en ellos motivos de entusiasmo. El
entusiasmo es el reconocimiento de la excepcionalidad de la escena, es como un
crédito de verdad, que no se declara ni se proclama. Está el entusiasmo,
subyace a todo el episodio contemplativo, recorre todas las venas del mismo, y
junto a él está el asombro, que también hace la misma función, sostener el
edificio con crédito máximo de realidad artística, o de realidad estética, o de
realidad suma, sin más. Todo ello produce contento y alegría, que son
consecuencias de lo anterior. La vida se ha expuesto de esa manera esta mañana,
en una breve secuencia pillada al azar por los ojos desprevenidos de este
ciudadano madrugador de Madrid, barrio de Chamberí para más señas.
¿Algo más que decir? Quizás dar las gracias
a esa paloma, a esa rama de esa acacia, al azul del cielo y al gris escalonado de
las nubes. ¿O no damos las gracias a los artistas que nos regalan sus
creaciones a cambio de nada? (lo que nos cuestan los libros, las entradas, los
discos es literalmente nada, si tenemos en cuenta la inmensidad de lo que recibimos
a cambio). Por tanto, gracias, con eco, para que llegue a los oídos de ese
creador, donde quiera que se esconda.