PAUL KLEE16-06-2019
La cosa empezó allá por los primerísimos setenta, en Burgos, mi ciudad natal, en la que vivía entonces. Me agencié una reproducción de un fabuloso cuadro de Klee en una librería moderna que acababan de abrir en la calle Vitoria, y que tanto nos sirvió de ayuda a los jóvenes inquietos y letraheridos de entonces (Luis, Arturo, Chema, Javier, ¿qué será de ellos?). Lamento no recordar ahora el nombre, la memoria es así, y más cuando vas cumpliendo años (pero he visto a jóvenes que también les pasa, lo cual siempre me ha consolado). El cuadro era pura magia y se titulaba, precisamente, Pez mágico (Magic Fish, en inglés). Una pasada absoluta que presidió mi modesto escritorio durante años y años, los años de aquella juventud llena de ilusiones de todo tipo, culturales y políticas, en primer término. Era un orgullo para mí tener semejante compañía, firmada por ese pintor llamado Paul Klee, del que apenas sabía que era suizo y que había dado clases en la Bauhaus, aquel prodigio de los prodigios. Luego ocurrió que fue a trabajar un verano a Basilea y que un amigo - Arturo - y yo fuimos a ver una retrospectiva que se colgaba en aquel 1974 en el Museo de Arte Contemporáneo de la ciudad. Aquello fue una conmoción absoluta, un arrobamiento sin límites, una emoción incalculable, una rendición de pleitesía sideral, un amor ilimitado, que dura hasta hoy. O sea, lo que experimenté entonces alimenta calladamente la veneración que siento por este pintor. Y ocurrió que hace poco, consultando un libro cuyo tema era la potencia simbolica del corazón - mi primer libro se titulaba En otro corazón (1983) -, me encontré con un pasaje enteramente dedicado al pintor que tanto adoro desde entonces, desde la reproducción colgada en mi modest galería-estudio de entonces, en aquel Burgos de 1970, pongamos, o antes, pongamos también. En ese pasaje se cuenta que su viuda Lily y su hijo Félix pusieron en su tumba en el cementario de Schlosshalde de Berna el siguiente epitafio, que sacaron del diario del pintor, de una entrada fechada en 1916, cuando estaba en Munich disfrutando de un permiso en plena Primera Guerra:
Aquí descansa el pintor
PAUL KLEE
No se me puede asir en el aquí y el ahora
Porque vivo con los muertos y también con los nonatos
Algo más cerca de lo normal
Del corazón de la creación
Pero lejos aún de estar lo bastante cerca
Inmensa emoción, gratitud ilimitada, veneración sin límites...Volveré a Basilea para amarte exactamente igual que entonces.