Pedir perdón23-01-2017
No sabía que los políticos fueran
capaces de pedir perdón. Me sorprendió ver a la ministra Cospedal haciéndolo el
otro día. Los destinatarios eran los familiares de los militares fallecidos en
el accidente del siniestro Yak-42, de nombre intimidante, que hace pensar en un
personaje oscuro y asesino de una novela escrita por un tal Trillo, de
profesión en su día ministro de Defensa y hasta hace nada embajador de España
en Londres. En sus ratos perdidos, el ministro imaginó una trama en la que unos
militares españoles viajaban en tremendas tartanas a peligrosas misiones en
Oriente Medio. Lo hacían así para irse haciendo idea sobre lo que les esperaba
en su destino, un polvorín de entrecruzados conflictos llenos de salvajes
acechanzas…Con el miedo en el cuerpo durante el vuelo, el aterrizaje era casi
un alivio, como si les esperara a esos soldados una playa soleada con aguas
cristalinas y transparentes…Trillo seguía su trama hasta que se produjo un
accidente fatal, tal como había venido avisando su argumento. Pero a los novelistas
nadie puede exigirles responsabilidades por sus invenciones porque la ficción
vive al margen de la realidad.
Eso es lo que hubiera querido Trillo, que
todo ese espanto hubiera sido únicamente ficción pero la realidad es que no lo
fue porque el accidente tuvo lugar, las muertes fueron numerosas y las
responsabilidades nulas, como si Trillo hubiera sido un novelista y no un
político profesional, al mando de los trámites que hicieron posible ese desastre, por pura y delictiva desidia.
Los familiares no han cejado en todos estos años en exigir responsabilidades políticas
pero hasta ahora no habían sido resarcidos. Y la encargada de hacerlo ha sido
una ministra recién llegada, y lo ha hecho de una manera perfectamente
adecuada, con las mejores maneras imaginables, envolviendo previamente a los
familiares de las víctimas en una serie de gestos afectuosos y comprensivos que
sin duda han tenido que tener un efecto mitigador importante sobre su
inagotable pena. El perdón vino después, probablemente forzado por las
circunstancias parlamentarias, donde la minoría del partido en el gobierno
tiene que ajustarse a las demandas o presiones de las mayorías.
Sin embargo, ese hecho más que probable no quita trascendencia al gesto
de Cospedal, que ha llevado todo este asunto con inteligencia y unas maneras
irreprochables. Cuando la escuché, creo que instintivamente me froté los ojos
por si estaba viendo (y oyendo) visiones, pero era verdad lo que veía y
escuchaba. No estaba soñando, estaba despierto.
Y pensé: “¿Y si la política de
ahora en adelante llega a representar con sus actos algún tipo de ejemplaridad
que nos ayude a reconciliarnos con ella?”
Y seguí pensando: “¿Y si fuera este el camino que devolviera la decencia
al centro de las exigencias políticas de los políticos profesionales, de tal
modo que sus actuaciones de cualquier tipo siempre estuvieran marcadas por esa
pauta ética innegociable?”. Y seguí pensando: “¿Y si esa fuera la política que
todos esperamos para poder empezar a creer verdaderamente en ella?”