Saber vivir
24-02-2017

Publicado por: Ángel Rupérez


En otro tiempo me sedujo una frase de T.S.Eliot, que leí en no recuerdo en cuál de sus obras, no sé si en algún poema o en alguno de sus ensayos (yo era por entonces un forofo del poeta angloamericano y creo que, en cierto modo, lo sigo siendo). La frase en cuestión era ¿Dónde está la vida perdida en vivir?, o algo muy similar, y me atrapó inmediatamente, y, convertida en La vida perdida en vivir, la seleccioné para poner título a un diario que escribí a finales de los ochenta y que estuvo a punto de editar un editor de cuyo nombre no quiero acordarme, entre otras cosas porque fue un maravilloso y genial modelo de incoherencia e inconsecuencia: fue él quien me pidió el manuscrito, que a su vez se lo había recomendado otro personaje – este femenino – que por entonces tenía un cargo en la Editorial Mondadori, con la que yo estaba en contacto porque habían aceptado publicar una antología de los poemas de Claudio Rodríguez que yo iba a realizar y a prologar…

Le di el manuscrito, él me respondió enseguida aprobándolo, elogiándolo, declarándose dispuesto a editarlo…pero, después de numerosas prórrogas y más prórrogas, llegué a la conclusión de que me estaba tomando el pelo y sometiéndome a una prueba, tal vez porque para uno de sus más próximos autores yo era por entonces persona non grata pero esa es otra historia, de la que tampoco quiero acordarme…En conclusión, le pedí que me devolviera el manuscrito y hasta hoy, que yace por ahí entre mis cuadernos y papeles, aún – creo – con ese título que tanto me gustaba entonces…

¿Por qué me sedujo la frase de Eliot, tan bella, pero tan triste y desmoralizadora? Porque yo por entonces era un personaje triste y con una visión de la vida más bien penosa y sombría, como la que muestra en su poesía el propio Eliot. Ahora, sin embargo, pasados casi treinta años de aquella historia - ¡qué veloz pasa el tiempo! – apenas me identifico con esa frase y, en todo caso, hoy la invertiría y diría: “La vida ganada en vivir” porque mientras vivimos, si sabemos hacerlo, ganamos un montón de cosas aunque – ciertamente – perdamos otras, y entre ellas, sin duda la propia vida, que se nos va de las manos irremediablemente. Sin embargo, esa pérdida no nos autoriza a poner contra las cuerdas las inmensas ganancias que nos depara el tiempo que hemos perdido en vivir. Todo lo contrario, la sabiduría debe enseñarnos que la clave está en las ganancias, y no en las pérdidas. ¿Qué ganamos mientras vivimos, si sabemos vivir? Esa es la clave, saber vivir, y a eso nos tienen que enseñar, y la filosofía debe hacerlo, quizás en primer lugar.

De ahí que me entusiasmen los filósofos que dedican todos sus esfuerzos a hacer posible con el pensamiento y la acción una buena vida, que no necesariamente quiere decir una vida insulsamente feliz, sino una vida vivida con todas las consecuencias donde, desde luego, sí tiene asiento una cierta forma de felicidad, pero también una cierta forma de zozobra y de desilusión y de infortunio y de pesar…O sea, no se trata de erradicar todos los posibles males de la existencia sino de saberlos integrar en la vida como un todo que también emite señales de alegría, bienestar, felicidad, placer, entusiasmo…Para mi gusto, uno de los filósofos que mejor han sabido integrar esa complejidad en la maquinaria de la vida ha sido Nietzsche, y a él me atengo en numerosas ocasiones para conducir mi vida. Pero no es el único, ni mucho menos. En este mismo blog he celebrado al filósofo francés Alain, maestro en esas sabidurías que siempre desembocan en el enaltecimiento de la existencia y en unos de sus puntales principales, la alegría misma. Lo cual nos lleva a Spinoza, lo cual nos lleva a Schopenhauer en ocasiones, y a los estoicos siempre – con demasiado freno encima, no obstante -, y a William James, y a R.W.Emerson, y a Freud – cuando fuma con alegría -y a Luc Ferry, y a André Comte-Sponville – demasiado tristón a veces -, y a Fernando Savater entre nosotros y al malogrado Robert C. Solomon…

Saber vivir, es decir, aprender a ganar la vida perdiéndola irremediablemente. Ahora titularía así mi diario de aquel tiempo: La vida ganada en vivir, frase que ni siquiera sé si es correcta. ¡Qué suerte que no se publicara entonces! ¡Cuánto se lo agradezco a aquel inconsecuente editor!


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