VECINO30-05-2019
Sabía que vivía cerca de mi casa, pero ha debido cambiarse últimamente y debe de vivir más cerca aún, si cabe. Le veo con frecuencia porque, realmente, somos casi vecinos. Su característica vestimentaria más notoria es que puede ir muy abrigado cuando hace realmente bueno. Es de suponer que será muy friolero. A veces me cruzo con él y él da la impresión de que se estira y tensa, quizás debido a la vergüenza que sienta íntimamente porque la maldad suele dejar regueros en la conciencia de malestares difusos o agudos, dependiendo del tiempo transcurrido desde la fechoría hasta el momento del encuentro. ¿Qué ocurrió? ¿Qué fechoría fue? Había yo tenido la suerte de publicar un antología de los poemas de Luis Cernuda en la época de su centenario, 2002, si no recuerdo mal. Había escrito para la ocasión el que probablemente sea el mejor escrito de crítica literaria que yo haya redactado jamás. Mi vecino, sin duda envidioso porque un marginal como yo hubiera tenido tan magnífica plataforma - la colección Austral de la editorial Espasa -, soltó una especie en la crítica que escribió sobre ese libro en su periódico sencillamente injusta por ser radicalmente falsa. Me acusó de homófobo, ahí es nada, por no sé qué arbitrarias y gratuitas razones. Defendía yo en mi escrito que Cernuda tenía la grandeza de incluir en sus poemas amorosos a homosexuales y heterosexuales y semejante razonamiento le parecía a mi vecino homofóbico. Se lo comenté a algunos alumnos míos universitarios, gays ellos, y algunos extranjeros, y se echaron las manos a la cabeza y pusieron el grito en el cielo. También defendía yo que etiquetas como generación del 27, tan manida, tan historiográfica, tan insustancial, no convienen a los poetas singulares porque da la impresión de que todos los incluidos en la manada son iguales al estar todos uniformados. También semejante argumento le pareció homofóbico al hombre. Puso a la comunidad gay en mi contra, creando un murmullo ciertamente molesto e incordiante sobre mi persona, del que me defendí como me defiendo siempre: apagando la radio. Cernuda vivió cerca de nuestras casas, ahí al lado de la mía y de la suya. Siempre he pensado que se pondría de mi lado y no del suyo, a pesar de ser yo hetero. ¿Por qué? Porque mi escrito era de una admiración ilimitada y tenía razones, muchas razones, y todas ellas respetuosas, profundamente respestuosas con el poeta admirado. Solo por esa razón se hubiera puesto a mi lado, sin duda, y quizás a él le hubiera llamado envidioso, muy probablemente, y le hubiera tirado de las orejas (un amigo suyo, también poeta, me dijo: "No le des más vueltas, es la envidia. Le hubiera gustado a él hacer el libro que has hecho tú, entre otras cosas porque él está siempre en la pomada, y tú no, y ha debido de pensar que solo los que están en el ajo, controlándolo todo, tiene derecho a hacer lo que has hecho tú, que no controladas nada"). Ha pasado el tiempo. Le he perdonado. Cuando me lo encuentro no siento nada, quizás indiferencia, quizás compasión, incluso quizás también simpatía. ¿Por qué? Porque me parece indefenso, quizás confundido, quizás perdido. No lo sé, pero, en todo caso, le he perdonado, incluso puede que siempre le haya perdonado. A fin de cuentas, Jesús sigue siendo mi maestro.