VI A SAUL BELLOW15-06-2019
Parecerá increíble, y comprendo que resultará como mínimo chocante, por no decir disparatado, pero según venía a casa caminando - siempre caminando, don Antonio - por la calle Serrano de Madrid - me crucé con un actor muy conocido, José Sacristán, con sus cuatro pelos al viento y al lado su mujer cariacontecida y me pregunté por qué -, vi que a la altura de la calle Don Ramón de la Cruz - autor de sainetes que nunca he leído - un operario del Ayuntamiento regaba a chorro limpio un arbolito escuálido que haría no mucho que lo habrían plantado. He dicho chorro pero en realidad era un chorretón o manguerazo potente, arrollador, nutriendo de agua a las raíces del arbolito, tal vez una acacia, como la que daba vida no hace mucho a mi casa y acabaron talándola porque estaba enferma, y yo son saberlo hasta que se casi me muero de tristeza. Pero ¿por qué he dicho que vi a Saul Bellow? ¿Qué chifladura es esta? Bueno, el caso es que Bellow ya hace años que murió pero resucitó al instante en ese momento del regadío desmelenado porque mi mente trajo al hilo del chorro de agua que salía de la manguera una historia que contó el mismo Bellow para explicar cómo cambio drásticamente su narrativa o su manera de novelar. Se encontraba en París por los años cuarenta de posguerra - creo recordar, si no eran los cincuenta, que pudieran ser - y vio al amanecer cómo regaban las calles los operarios municipales y cómo se desbordaban de agua los surtidores donde tomaban las mangueras el agua y cómo anegaban las calles así, con esa libertad desbordante. Fue un fogonazo, un trallazo visual y en ese mismo instante, animado por la libertad del agua desbordada de los surtidores o tomas de agua, comprendió que su narrativa tenía que imitar ese desbordamiento libre y sin trabas. A partir de ese momento inaugural, su proyecto pasó por la portentosa novela titulada Las aventuras de Augie March, un prodigio absoluto, la mejor novela americana del siglo XX, al decir que Martin Amis (yo no comparto eso, pero estoy a punto de hacerlo...) Seguí caminando con esa imagen parisina en mi cabeza, confundida con la que acababa de ver, y me di cuenta al mismo tiempo de que la mente es una maquinaria prodigiosa, capaz de proporcionar sopresas y asociaciones asombrosas, por no decir milagrosas. De Don Ramón de la Cruz a Saul Bellow, de Madrid a París, de París a Chicago, donde vivió Augie March, alias Saul Bellow (porque lo digo yo, caprichoso...) Prodigio total, como la vida misma, como la literatura auténtica, un prodigio total.